Spanish + Canadian = Spanadian

Spanish + Canadian = Spanadian
Los inviernos canadienses son mundialmente conocidos por la nieve que cubre el suelo durante casi medio año

lunes, 26 de octubre de 2015

El camino del éxito


A veces tengo la sensación de que mi vida en España quedó en pausa. Dejé la habitación desordenada, con la cama sin hacer. Las fotos del móvil en una carpeta del ordenador, esperando ser pasadas a un lápiz de memoria. El libro de "Cometas en el cielo" a medio terminar, en la parte más intrigante e interesante de la historia. No sé si quiero o temo encontrármelas igual cuando vuelva. Puede que mis padres ordenen mi habitación y pasen esas fotos al lápiz de memoria, que quedará guardado en un cajón, esperando a que vuelva. Pero olvidaré lo que pasaba en "Cometas en el cielo", trataré de empezarlo de nuevo, se hará aburrido porque ya sabré de qué trata, me frustraré y lo abandonaré. Si tal cosa llega a ocurrir, sería una pena. Era un buen libro.
La bandera de Canadá ya tiene sentido. La hoja de arce representa la naturaleza y un árbol muy popular en Canadá, eso ya o sabía. Pero en otoño el tono verde se torna rojo, al igual que el de muchos otros árboles. Las calles se llenan de verde, amarillo, marrón, naranja, rojo, granate... A veces, por las mañanas, con el resplandor dorado del amanecer, todo parece un sueño, y piensas que aún es de noche, que todavía no has despertado... Hasta que el instituto toma forma en lo alto de la colina, duro, imponente, con una estructura que recuerda a la de un castillo. Por alguna razón, el instituto es el punto más alto del pueblo. Hacia el río, hay una larga cuesta abajo que no se puede subir en bicicleta. En el resto se las direcciones, una pequeña bajada de nivel y llanura. Sin embargo, es un edificio mucho más ancho que alto, y desde el segundo piso (el último) solo se ve un bosque infinito, con alguna casa cerca de la carretera. Bridgewater se puede resumir en eso: un río, un gran bosque, casas no muy concentradas y lagunas, que para mí son lagos, aunque los canadienses no hagan más que asegurar su pequeñez.
El sábado recogimos las hojas del jardín delantero. Las apilamos en un montón y saltamos en el, lanzándonos hojas, enterrándonos unos a otros. Creo que es algo así como una tradición la primera vez que recogen las hojas. Después, como hay que hacerlo cada semana, pierde la gracia. El sábado empezó una rutina que nos acompañará cada fin de semana hasta que empiece a nevar, y sea nieve lo que haya que limpiar del camino. Como diría Camille, "Canadian experience", experiencia canadiense.
Hoy el suelo volvía a estar lleno de hojas; el trabajo del fin de semana solo sirvió para grabar vídeos haciendo el tonto, llenarme el pelo de hojas y acabar con unas agujetas que todavía no se me han pasado.
Anoche soñé que estaba de vuelta en  España, o que nunca me había ido, no lo tengo muy claro. Ya me ha pasado varias veces desde que llegué, pero a diferencia del principio, cuando sentía al menos una pizca de melancolía, esta mañana desperté feliz de estar en Canadá.
La nueva convocatoria de becas para el próximo curso ya ha empiezado. La gente no sabe si escoger Canadá o Estados Unidos, y me pregunto por qué yo lo tuve tan claro. No quise saber nada más de Estados Unidos cuando no me dieron la beca de la Fundación Barrié. Como si fuera el país, y no la fundación, quien me había rechazado. Fue ridículo, lo sé, pero ahora que sé cómo es Canadá, estoy satisfecha de mis decisiones. No, no solo estoy satisfecha, estoy orgullosa de mis decisiones. Espero nunca dejar de estarlo.

"¿Sabes por qué se paga tanto por la gente con ideas? Porque no se pueden producir en masa. No importa cuánto dinero tenga una persona, ese dinero jamás será capaz de producir las ideas geniales que tu mente puede crear en una habitación que está vacía. Y si lo intentas, y tienes una idea, y sueñas con ella, te van a decir que es imposible. Que seas realista. Incluso igual tú mismo te llegas a decir que seas realista, que no se puede hacer. ¿Cuánta gente que ha tenido éxito en su vida ha sido realista? La persona que decidió que iba a poner un barco de metal gigante en el agua y que iba a transportar a gente, no estaba siendo realista. La persona que inventó internet, un medio de comunicación que conecta de forma invisible a todas las personas del mundo, no estaba siendo realista. ¿Por qué querría alguien ser realista?"
LuzuVlogs - El camino del éxito



viernes, 23 de octubre de 2015

Nunca olvidar

Cuando las puertas del tren se cierran a mis espaldas, por encima del miedo, de los nervios y de la incertidumbre, un nuevo sentimiento se alza entre los demás: esperanza. Es tan sólo un breve instante, el tiempo que me lleva encontrar mi asiento, y luego me vuelvo a hundir. Más que nada porque a mi lado va un chico que tiene pinta de ser universitario, junto a sus amigos, que van delante nuestra. Están viendo fotos suyas en Santiago, y hablan muy bien de Galicia. Dicen que les da pena marcharse. Escuchando descubro que son madrileños que han hecho el Camino de Santiago. Entre lo bien que hablan de Galicia y el hecho de que, aunque no quieran, vuelven a su hogar, duele. Porque yo estoy en la situación opuesta. El chico que va a mi lado me ve llorar, y no dice nada, aunque por su cara sé que se pregunta qué me ocurre. A base de hablar con amigas por WhatsApp, se me pasa el disgusto y se acaba la batería del móvil.
Algo antes de llegar a Madrid, empiezan los nervios. El resto de los Spanadians gallegos y de la zona de Castilla por la que hemos pasado, están a once vagones de distancia. No puedo dejar desatendidas las maletas para buscarlos, y me da miedo no encontrarlos en la estación. Al bajar del tren, el bochorno madrileño y la masa de gente moviéndose no me dejan respirar, y empiezo a tener miedo de perderme. Sigo la dirección que me obligan los mares de personas y maletas, buscando a ese alguien de camiseta roja de Red Leaf que, se supone, nos viene a recoger. De algún modo, la encuentro, junto a un par de rostros que reconozco y otro par que no me suenan. Subimos a un autobús donde ya hay unas veinte personas de otros sitios del norte esperándonos. Todos nos miran fijamente, supongo que buscando el parecido con las fotos de perfil de WhatsApp. Hablamos poco de camino al hotel, y los de Red Leaf bromean diciendo que cómo se nota que somos del norte. 
Esos dos días en Madrid fueron una agradable pausa donde colocar ideas y sentimientos en su sitio. Hice amigos que espero volver a ver algún día, y me guardo en la memoria varios consejos útiles. 
El aeropuerto de Madrid es el mayor caos que he visto nunca. Me cuesta más entender a la gente que en el aeropuerto de Toronto, pero no por el idioma, sino porque están cansados y no se explican bien. En el control de maletas de mano ven algo raro en mi mochila y le pasan una tira de papel detectora de drogas y no sé qué más. Me da la risa de lo cansada que estoy y el guardia me lanza una mirada asesina. Cuando da resultado negativo, me vuelvo a reír mientras cojo la mochila. En el avión, les toca a muchos Spanadians juntos, pero a mí, al igual que en el tren, separada. Del lado de la ventana veo como despegamos, emocionada, feliz. Casi doy saltos de alegría, pero el chico que tengo al lado parece lo contrario. Parece estar triste. Le echo unos treinta años, quizá algo menos. Me pregunta si vamos de excursión a Canadá (vamos casi 80 adolescentes con la misma camiseta en el avión) y le explico que vamos con una beca a estudiar primero se bachillerato. Me pregunta de dónde soy, y le digo que de Lugo. "No estamos tan lejos, entonces", dice. Él es de Oviedo. Sin darme cuenta de lo triste que se le ve, le pregunto si va a Canadá de vacaciones. "No", dice al cabo de unos segundos. "Voy a Toronto a trabajar. Estuve en España de vacaciones". Siento mucha pena por él, más aún cuando, al pedir un café a la azafata, compruebo que tiene muy buen acento. Debe de llevar varios años en Canadá, y me imagino a su familia, a sus amigos, a todo lo que deja atrás. Me da bastante más pena que mi propia situación. Yo voy porque quiero, para aprender inglés, y volveré en diez meses. Él va por necesidad, no tiene otra opción. Sin embargo, se interesa por quién paga nuestras becas, si somos de toda España... Se ve que se alegra por nosotros. Cuando el avión aterriza, unas ocho o nueve horas después, se me olvida decirle que le vaya bien, que sea leve, o lo que quiera que se diga en esa situación. Aún hoy me reprocho tener tan mala memoria.

Ayer fue la fiesta de Halloween de internacionales. Nunca antes había celebrado Halloween, y diciendo que me lo pasé bien dejaría de lado a Max y su premio al mejor disfraz, a Camille y su disfraz de máquina dispensadora de chicles, a Tom y Sebastian en vaqueros en medio de la fiesta y sin bailar como si se hubieran perdido, a Mitch y su cámara que nunca suelta, a los colombianos que no dejaban de bailar, a los italianos poniendo música que nadie conocía, y a los mexicanos poniendo música famosa en español. Diciendo que me lo pasé bien olvidaría demasiados detalles inolvidables, pero nunca tendría tiempo para hablar de todos ellos. Confío en que permanezcan en mi memoria, y ningún otro recuerdo me haga olvidarlos.
A veces tengo miedo de olvidar. Olvidar todo lo bueno que encuentro en Canadá y creer que no tiene sentido estar aquí. O peor aún, olvidar lo bueno que dejo en España y no querer volver. Estoy empezando a hacer amigos canadienses. La primera semana ya me empecé a llevar con internacionales, pero prefiero conocer a gente del país. El jueves me pasé toda la clase de matemáticas hablando y haciendo el tonto con Myra, a quien ya conocía desde hacía tiempo pero con la que nunca había hablado tanto antes. Al final del día, me entristeció saber que cuando acabara el curso nunca más la volveré a ver. Sé que yo no la voy a olvidar. Espero permanecer en su memoria.

  "Se estaba despidiendo y ni siquiera lo sabía".
                    La ladrona de libros, Markus Zusak

miércoles, 21 de octubre de 2015

El miedo y otras leyendas

En provincias en todos los sitios de Canadá ya ha empezado a nevar. También en Nova Scotia, pero solo en el norte y en el interior. Aquí, el tiempo cambia constantemente, pasando de una mañana llena de escarcha a una tarde casi veraniega, seguida de una noche gélida y una mañana de tormenta. Rendida ante el frío, saco el abrigo de invierno del armario y dejo los guantes y el gorro a la vista, cerca de la entrada, para poder volver corriendo si me arrepiento de no llevarlos al salir de casa por la mañana. Empiezan los primeros tests y me sorprende sacar tan buenas notas. Siempre empiezo el curso con peores resultados que con los que acabo, y al estar en otro país estudiando en mi segunda lengua, supuse que bajaría algo la media, al menos al principio. Por ahora la asignatura que peor llevo es Biología, con más de un 80%. 
El lunes todos los internacionales del distrito escolar fuimos a una granja. Cogimos manzanas de entre todo un bosque de manzanos, escogimos una calabaza de un campo lleno de ellas y encontramos la salida de un laberinto de maíz. El laberinto fue lo mejor. Me sentí orgullosa de llevar el mapa y saber en todo momento de dónde veníamos y a dónde teníamos que ir. No sólo encontramos la salida, sino que fuimos los segundos, y los primeros hicieron trampa. Toda una victoria para nosotros. 
Mañana es la fiesta de Halloween, porque aunque el verdadero día es el sábado que viene, este viernes no hay clase. Aquí lo normal en Halloween es hacer tu propio disfraz o comprar uno de segunda mano. Así es como se disfrazan tres personas por menos de 20 dólares: Max va de un personaje de nombre impronunciable de Star Wars, Sophia de diosa griega y yo de bruja. Max dice que quiere presentarse al concurso de disfraces; yo sé que quiere ganarlo.
Mañana se cumplen siete semanas desde que llegué a Canadá. Siete semanas. Aún recuerdo aquel confuso y caluroso primer día lleno de malentendidos y ganas de que me dejaran irme a dormir. Aún recuerdo cuando veía todo esto lejos. El verano de 2014, apenas cumplidos 15 años, creía que con 16 vería la vida de otra manera. Cuando me dieron la beca, sentía que me quedaban muchos meses or delante. 100 días antes de irme, contemplaba un verano entero por vivir antes de la aventura. Incluso una semana antes decía "Todavía me quedan siete días". El 31 de agosto, camino de Ourense, no era plenamente consciente de que me iba. No lo fui hasta que, en el andén de la estación, mis padres, al igual que todo el mundo que no tuviera billete, tenían que quedarse al otro lado de una cinta. Solo entonces me di cuenta de que esto iba en serio, de que era hora de decir adiós. Puede que nunca más lo reconozca, pero ahora digo la verdad: fui la primera en llorar. Y viendo mis lágrimas, ni mis padres ni mi hermano ni mi abuela pudieron contenerse. La revisora nos miraba con compasión; poco después supe que tenía un hijo no mucho mayor que yo trabajando por Europa, creo que en Alemania. Empecé a ponerme nerviosa, y mi abuela no dejaba de repetirme que fuera valiente. ¿Que fuera valiente? ¿Qué podría significar aquello? Estaba segura de que la próxima vez que viera a mi hermano sería más alto que yo, y no me gustó la idea. Sé que sonará ridículo, pero toda la vida ha sido más bajito que yo, y no puedo imaginármelo de otra manera, como si por crecer fuera a dejar de ser mi hermano pequeño. Mis padres me abrazaban con fuerza, como con miedo a soltarme, pero creo que mis abrazos eran peores: un inútil intento por dejar de temblar. Todas las emociones que se habían escondido en lo más profundo de mí salieron de repente, todas juntas, y no sabía cómo manejarlas. Lo más curioso fue que, después de un año repitiéndoles a mis padres que estaba bien, que no era un error, aquel 31 de agosto fueron ellos los que me dijeron que no pasaba nada, que no era un error, cuando llegó el momento de decir adiós, cuando llegó el tren con destino a Madrid. Aún hoy me pregunto si entre lágrimas, besos y abrazos, les dije adiós.
El 31 de agosto fue el peor día de mi vida, el día más triste en el que tomé la mejor decisión de los últimos 16 años. A veces me pregunto si algún becado se ha echado atrás en la estación, si todos lo piensan y, al igual que yo, acaban por subir con un nudo en la garganta o si soy rara y tendría que haberme dado cuenta antes de que llegara la última vez. La última vez en que viera, no solo a mis padres, familia y amigos, sino a todas y cada una de las personas que conozco. Al cerrarse la puerta del tren tras de mí me di cuenta de que a partir de ahí todo serían caras desconocidas. Hasta iba a echar de menos a la revisora; de no ser por ella, jamás me las habría arreglado para meterme yo en el tren con la mochila y las dos maletas. 
Puede que nunca más lo reconozca, pero ahora digo la verdad: me pasé la mitad del viaje en tren con un nudo en la garganta y los ojos rojos de tanto llorar.

"Ser valiente no significa que no tengas miedo".

jueves, 15 de octubre de 2015

La posibilidad de lo imposible

El día de mi decimoquinto cumpleaños, mi tía me habló de las becas de la Fundación Barrié para estudiar un año en Estados Unidos. Con 75 plazas para Galicia, un montón de conocidos suyos la habían conseguido. Y así, rebosante de confianza, segura de que nada podía salir mal, me presenté a la convocatoria... y me eliminaron en la primera fase. Fue un golpe bajo no sólo anímicamente, sino también para mi autoestima. Empecé a plantearme mi nivel académico y mi conocimiento de inglés, que hasta entonces había considerado satisfactorio, y solo después de saborear la derrota, quise odiarlo. Pero no podía. No podía dejar de lado un idioma en el que había estado trabajando tanto tiempo, como un artista no abandona una escultura derrumbada. Trata de hacer algo con los escombros, negándose a aceptar que ha fracasado. Hay quien lo llama no saber perder, yo creo que es más bien no saber rendirse.
Días antes del examen escrito en el que me eliminaron, estuvimos hablando de las becas en atletismo. Alguien un año mayor que yo mencionó que el curso anterior quería haberla conseguido, pero se enteró tarde de la convocatoria y se presentó a las becas Amancio Ortega para Canadá, que eran más tarde y para toda España. Decidida a no darme por vencida, decidí intentarlo, pero con una nueva actitud. Ya no estaba segura de conseguirlo, de hecho, estaba segura de que no me la iban a dar, pero al fin y al cabo la mayoría de los formularios que había que enviar ya los tenía rellenados de la otra convocatoria. Solo mis padres y mi abuela supieron que me iba a presentar. Ni siquiera se lo dije a mi hermano.
El dado al aire que creía haber lanzado no se guiaba tanto por el azar como yo pensaba. O quizá sí, puede que tan solo tuviera un buen día. O que la segunda vez haciendo un examen de ese tipo ya no pisara terreno tan desconocido. O que mi destino era ir a Canadá.
Cuando supe que había pasado el examen escrito, ese en el que me habían eliminado en la otra convocatoria, no me lo podía creer. Mi cabeza estaba llena de números y estadísticas que demostraban la imposibilidad (rectifico, improbabilidad), de pasar a la siguiente fase. Mi madre me dio la noticia un lunes por la tarde, después de clase. Pero me recordó que fuera realista, que en la última fase era donde más gente se quedaba fuera.
Recuerdo la entrevista por Skype como si hubiera sido ayer. Tenía que hablar sobre algún tema y escogí el lápiz. Hablé de lo fácil que es borrar los errores de un lápiz, comparado con los de un bolígrafo. Hablé de que el corrector tan solo tapa un error que sigue ahí, y aunque el lápiz deja marca en el papel, sirve para recordarnos un error solucionado gracias a la goma. También hablé de lo poco que me fío de las nuevas tecnologías, y de lo que pasaría si un día se apagasen todos los ordenadores, teléfonos, consolas... todo tipo de tecnologías. Hablé de lo mucho que dependemos de algo invisible que tan rápidamente puede desaparecer. Aunque, ahora que lo pienso, dependemos de la esperanza en la misma medida.
No quise involucrarme demasiado en el asunto, porque estaba segura de que no me darían la beca. Por ello, cuando supe que me pasaría un año en Nova Scotia, no tenía la menor idea de dónde estaba. Por mucho que indagué para empaparme de la cultura y modo de vida canadiense, nada tuvo sentido hasta que llegué aquí. 
A veces, recordando el pasado, echo de menos España. Otras, me entristece saber que solo me quedo un año en Canadá. Por ahora casi todo lo que me ha ofrecido este país ha sido una experiencia positiva. Y lo negativo, ha tenido solución. Antes, al ver una estrella fugaz sabía qué deseo pedir. Desde que llegué a Canadá no he visto ninguna, lo cual agradezco, pues me habría sentido tremendamente egoísta pidiendo algo que para nada necesito.

sábado, 10 de octubre de 2015

Aceptar. Adaptarse. Actuar

La vida en un pueblo canadiense transcurre, al igual que en cualquier pueblo de cualquier parte del mundo, con la tranquila serenidad y la sólida seguridad de una tortuga. La gente saca sus abrigos del armario antes de que empiece el frío de verdad, aceptando con resignación y respeto que el verano ha llegado a su fin, que la lluvia empieza a acompañar cada semana y antes de brindar por el año nuevo se transformará en hielo. Cuando me cuentan que en marzo todavía tendré que ayudar a despejar con palas la nieve acumulada en el camino de entrada, me parece inimaginable, exagerado, imposible. Pronto sabré si mienten.

La verdad es que admiro a la gente que sigue su pasión porque les gusta, así, sin más. Aficionados que escriben porque sienten que es una necesidad, y no porque otros les digan lo bien que redactan. Sin el pequeño empujón de los ánimos de gente que me importa, me costaría mucho seguir mi sueño, tan abstracto y lejano, una luz tan débil que a veces temo que se pierda en la oscuridad. Supongo que aun así lo intentaría.
Una estudiante internacional francesa cuyo nombre jamás me aprenderé se pasa el día dibujando, y no dibuja precisamente bien. En la hora de la comida saca un bloc de dibujo y no lo guarda hasta que es hora de ir al clase. Nos lo enseña, orgullosa, aunque nunca nadie le ha dicho que sus bocetos sean bonitos. Nadie quiere mentir, ni aunque sea una mentira piadosa. Aun así, ella sigue dibujando, empecinada en perfeccionar un arte que no se le da bien. Me gustaría que algún día mejorara, que todo ese trabajo duro diera fruto, que tanta paciencia sirviera para algo. Desgraciadamente, sé que es poco probable.

Los viernes entro una hora antes y salgo una hora antes del instituto. Camino sola hasta allí, y tan temprano por la mañana apenas está amaneciendo. Las calles estan desiertas, y un coche de vez en cuando demuestra que el pueblo no está congelado. Pero el vaho blanco en que se transforma mi aliento y la escarcha que cubre la hierba dicen lo contrario. Dejo atrás la casa de la que nunca se ve entrar o salir a nadie. Dejo atrás la iglesia anglicana con su campana que nunca suena. Dejo atrás la casa que se incendió el año pasado. Y por alguna razón me acuerdo de una historia que leí en otra vida, en otro mundo, cuando aún vivía en España. Hablaba de que la vida en sí es un acto de renuncia. Te da cosas y te quita otras, y lo único que puedes hacer es seguir adelante, a pesar de todo. Aceptar. Adaptarse. Actuar.

viernes, 2 de octubre de 2015

Just keep swimming

A veces me agobia que me digan "Que tengas el mejor año de tu vida", refiriéndose a Canadá. No es como que te digan "Que te salga muy bien el examen" o "Ganad ese partido", que más o menos sabes cómo conseguir. Al menos puedes imaginarte el resultado de un gran examen, un sobresaliente, y de un buen partido, una victoria. Pero ¿cómo es el mejor año de tu vida? Simplemente no puedes imaginártelo antes de vivirlo, no tienes una expectativa realista. Miras hacia lo que dejas atrás y todo tiene forma y nombre. Miras hacia lo que viene de frente y no ves más que una nube borrosa e indefinida. Por eso mucha gente lo pasa mal y quiere volver a su país, porque no se imaginan un futuro. Yo intento ser optimista. Me imagino que soy un artista que poco a poco va dibujando su obra. La idea original no tiene por que ser el resultado, y día a día el boceto toma forma. Puedo imaginarme mil y un cosas pero jamás daré con lo que me va a pasar hasta que pase.

Caminando desde la piscina hacia mi casa, y digo mía y no de mi host family porque viviré en ella todo un año, veo los cambios del paisaje ya casi otoñal. Las primeras lluvias dejan el suelo embarrado y alimentan a un río que ya me hace dudar de que el Miño sea caudaloso. Las hojas de algunos árboles se ven amarillentas o rojizas, dándole más color a un aburrido panorama lleno de pinos. La humedad y el antinatural bochorno anuncian la tormenta sobre la que los medios de comunicación llevan advirtiendo varios días. No me preocupa, es solo agua. Adelanto a una pareja de mediana edad y me saludan, como si les conociera. Les devuelvo el saludo, consciente de que aquí todo el mundo es así. Algunas de las cosas que creía saber sobre Canadá las veo ahora con mis propios ojos, como esto, son educados. Pero no son tan fríos como la gente cree. Te dan los buenos días mirándote a los ojos y soriendo, como si de verdad quisieran que tengas un buen día. Tampoco son puntuales. Puede que en el este o en la ciudades, pero en Bridgewater estoy harta de esperar. También es verdad que no les molesta si luego tienen que esperar por ti. Otro mito con el que acabar: Canadá no es un país congelado en el que humanos y osos conviven en un invierno sin fin. Los osos pardos se esconden en el bosque y si ven un humano huyen. Los osos polares... bueno, afortunadamente son cosa del norte, pero según mi host family si ves un oso polar estás muerto. Si lo ves, él te ve a ti, y al estar en el norte no hay mucho para comer, así que te conviertes en su presa. No muchos canadienses deben de haber sido manjares de osos polares, si no Canadá no mantendría una media de 81 años de esperanza de vida. Volviendo al sur del país (más del 90% de los canadienses viven a menos de 100 km de la frontera con EEUU), sobre todo en el este, los canadienses son tremendamente patriotas. El bilingüismo es oficial en dos provincias, el francés como idioma único en Quebec y las otras siete provincias solo hablan inglés. Eso sí, las señales de tráfico, etiquetas de comida y hasta carteles en el colegio están primero en inglés y debajo en francés. En fin, ya es bastante que dos países tan distintos se asentaran en un mismo territorio y formaran un país tan bien organizado. Debates aparte, creo que ya va bastante cultura canadiense por hoy.

Biología es la asignatura que menos me gusta y la clase que mejor decorada está. No hay una pecera, hay un verdadero tanque de peces. Bastante más grande que una bañera, hay peces de todos los tipos. En la parte de atrás de la clase, un mural de Buscando a Nemo muestra a varios de los protagonistas, entre ellos Doris, y escrito con letras bien grandes su famosa frase: Just keep swimming. Inglés, mi asignatura favorita, tiene una frase escrita con letra cursiva en la pared. Oh, the places you'll go. Escrita por Dr. Seuss. Me pregunto quién será y cómo sabrá que me gustan los viajes.


When life gets you down, you know what you've gotta do? Just keep swimming, just keep swimming.
Finding Nemo

Cuando la vida te derrota, ¿sabes qué tienes que hacer? Sigue nadando, sigue nadando.
Buscando a Nemo